MARMATO, la historia de mis antepasados
A veces me gusta escribir, y otras me da por presentarme a algún concurso de relatos. La mayoría de veces nunca he recibido la buena noticia de haber ganado algo, sin embargo, en 2016, fue diferente y lo que yo pensaba que iba a ser otra derrota, se convirtió en un logro.
El día anterior de que se cerrada la convocatoria llamé a mi padre y le dije “papá, explícame esa historia de nuestra familia, esa de los primeros que llegaron a Colombia, la de los señores de Marmato” y en una llamada telefónica conseguimos colocar toda la historia en su sitio. Aquella noche escribí de mil maneras, reescribí de otras trescientas y al final obtuve un relato no fuera de lo común, pero que para mi significó mucho, pues había un trocito de la historia de mi familia en él.
Esta es la historia de como gané el accésit joven del XIII concurso de relatos mineros Manuel Nevado- Madrid.
MARMATO
Rescatar la historia es menester de aquellos que poseen cierto interés en desvelar los secretos de lo olvidado. Soy geóloga, no historiadora como los historiadores comunes, pero historiadora, al fin y al cabo. Recojo esas muestras del pasado que nos narran las rocas, leo en los estratos y las capas, intuyo medios de deposición y génesis de minerales, elucubro lo que hace millones de años aconteció en la tierra y luego observo el futuro con cierto terror. “Marmato” es un relato verídico con pinceladas de gracia que narra las peripecias de mis antepasados amantes de la tierra y sus misterios, aún ahora intento seguir sus pasos, pero más allá de ellos, yo – con las charlas de mi padre – he conseguido rescatar esta historia leyendo en los estratos de nuestra errante familia.
A mi padre por despertar el ansia de preguntas.
A mi madre por darme un lápiz y un papel.
S. Schamuells
Con rostro anguloso, barba de Gadanlf y nariz judía, me mira el Patriarca desde el pasado. Esa foto ajada y deteriorada, único legado del pasado minero de mi familia, dio pie a concederle unas líneas a este relato verídico en el que no ocurre nada extraordinario.
Mis antepasados judíos aprendieron el oficio en la antigua escuela de minas de Freiberg, en la baja Sajonia. Allí adoptaron un apellido alemán, tal y como había dictado el reino de Prusia en el siglo XVIII. Los Ben Samuel o hijos de Samuel pasaron a ser los Schmuel y pronto fueron a parar a Colombia, donde se convirtieron en los Samuels. En un mes olvidado de 1834, el Patriarca llegó a Marmato arrastrado por la Colombia Mining Assosiation.
Podríais pensar que alguien que marcha desde Sajonia a Colombia viviría en unas condiciones ostentosas, fruto del oro filoniano; pero nada más lejos de la realidad, la vida en la mina de Marmato era un acto diario de supervivencia. Y por supuesto no cambió cuando los hermanos Degenhardt fundaron San Juan de Marmato, cuna de vástagos ingleses y alemanes, inicio de la mayor colonia europea del siglo XIX en Colombia. Como nota curiosa añado que, en su intento de no mezclarse con los autóctonos, consiguieron todo lo contrario, y el Patriarca cayó indefenso en los hechizos de alguna mujer colombiana que le hizo abrazar el cristianismo.
La compañía pronto enfocó todos sus esfuerzos en potenciar el trabajo en la mina, y en toda la región. Hombres, mujeres y adolescentes sacrificaron su vida al oro. Se dejó de lado la agricultura y la escasez de alimentos estaba a la orden del día, la gente moría de hambre, aunque durmieran en camas de oro. Las chabolas de Marmato eran curiosamente pobres; techos de paja y guadua rebosadas con cagajón, lo que se denomina: casa de bahareque. Lo más interesante estaba en el interior de la chabola Samuels, donde los camastros guardaban un secreto… Estaban hechos de juncos sostenidos por cubos grandes repletos de pepitas de oro. En cuanto escuché esa historia mis ojos brillaron con la misma sorpresa que vosotros habéis adoptado, y pregunté a mi padre ¿ellos dormían en oro y yo a penas me puedo pagar la universidad? Con otra sonrisa y como si no fuera una barbaridad, él me contestó que un cubo entero equivalía a la compra de alimentos de un mes.
Esos filones de oro que volvieron locos a los primeros conquistadores del siglo XVI, y luego a mi familia, dieron inicio a un camino bañado en oro, platino, esmeraldas y sangre que ostenta la historia de los indígenas colombianos. Así es la vida, con sabores dulces y amargos, aprovechar el momento es cuestión de supervivencia, si no que se lo pregunten a los bribones hijos de Ben Samuel, que bajaban a los riachuelos con palas o bateas para recoger el oro en polvo que bajaba en la juagada de la mina para llenar los cubos de sus colchones de oro.
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