por  S. Schamuells

Aquel día en el que leí esas frases fatales estaba sentada en el despacho de mi abuela y acababa de encontrar aquel librillo negro. Simplemente estaba aburrida, y apesadumbrada, no tenía hambre y apenas podía pensar.

Después de la muerte de mi abuela, su despacho ahora parecía el escenario después de una guerra silenciosa. En mi cabeza aún resonaban las campanas de la iglesia que sentenciaban el final de la misa de entierro. Después venía el ruido del motor del coche de Rolan que me llevaba hacia el cementerio. Al final de ese recuerdo, ponían la lápida en su lugar y el ataúd desaparecía por siempre de la visión del sol de media tarde.

En mi cabeza escuché de nuevo la voz estúpida del abogado de mi abuela, y la sala donde todos los familiares se habían aglomerado para escuchar el veredicto del testamento de la señora Montfort. Me lo había dejado todo…mi sorpresa se contrarrestaba con la cara de asco del resto de los asistentes, algunos incluso lloraron.

Ahora estaba en casa, en el silencio de toda una mansión decorada por la pérdida. Mi mirada volvió de nuevo al librillo negro que tenia entre las manos y me preguntaba ¿Por qué mi abuela  – científica por vocación y pragmática devota – guardaba una novela de ficción encima de su escritorio? Sin duda no tenía respuesta para aquello, pero estaba muy cansada y mis ojos se cerraban. Antes de quedarme dormida, volví a leer la frase que me había llamado la atención:

Soy un viajero del futuro, año 4630.

 – Señorita Montfort ¿Se ha quedado dormida aquí? – la voz de Mara sonaba des de un lugar muy lejano y finalmente abrí los ojos y me encontré a la cocinera delante -. Le prepararé el desayuno.

Tomé asiento en una de las butacas altas y empecé a devorar tostadas con mermelada mientras sacaba el librillo y lo depositaba encima de la mesa.

– ¿Qué has encontrado pequeña?

– ¿Tienes idea de lo que pueda ser esto? – levanté el libro para que ella pudiera verlo, pero después de mirarlo durante unos segundos se encogió de hombros y siguió cocinando. Yo continué con mi lectura.

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El reloj marcaba más de las 12 de la noche, estaba completamente inmersa en la lectura de mi nuevo descubrimiento, poco a poco me había dado cuenta de que aquello no era una novela, sino más bien un diario. Estaba totalmente convencida después de descubrir que la letra – pese a su perfección- no estaba impresa, sino escrita a mano. El personaje llamado Loki 630 relataba una serie de sucesos que le habían llevado por “nuestro mundo” en busca de un total de 69 núcleos con los que debía regresar a su tiempo.

Aquella tarde salí para encontrarme con una amiga, pero incluso antes de que ella apareciera decidí que no quería ver a nadie. Terminé mi batido de vainilla y salí del local en el que estaba, me metí en el coche y luego advertí que en la silla del copiloto estaba el diario de Loki. Lo cogí con brusquedad y en ese momento algo se calló de dentro de las páginas. Cuando conseguí cogerlo y ponerlo delante de mis ojos me quedé extrañamente sorprendida al ver que lo que se había caído del librillo era una bolsita hermética que contenía una pequeña piedra de color burdeos. En el plástico había una etiqueta donde ponía “Célula Roca Madre”. Lo siguiente que hice fue esconderlo de inmediato en mi bolso justo antes de que alguien golpeara con fervor la ventanilla de mi coche.

-¿Puedo hablar con usted señorita Montfort?- Era un hombre de sonrisa fácil que llevaba un traje negro.

-¿Qué desea? – respondí sin bajar la ventana.

Recordé que los individuos de negro no solían ser muy amigables en las películas.

– Me llamo Alex Veken, soy periodista y me gustaría hacerle algunas preguntas sobre la sorprendente vida de la doctora Amelia Montfort. – Me quedé un poco extrañada, porque pese a que mi abuela había sido una reputada científica mediática, no tenía conocimiento de que su muerte interesara a los medios. Así que opté por esa típica frase que escuchaba siempre en la televisión.

-No voy a hacer declaraciones, gracias.- Arranqué el coche y dejé al tal Alex con el bolígrafo en la mano.

Llegué a mi casa y decidí hacer una llamada.

-¿Hallvarð? ¿Eres tú? – dije cuando descolgaron el teléfono al otro lado.

– Pues claro… – me hizo reír.

-Necesito tu martillo – dije.

-¿En el sentido sexual o en el sentido estricto de la palabra? – dijo y volví a reírme.

-Ni siquiera si fueses un chico estaría interesada en el sentido sexual- respondí con perspicacia.

-Bien, entonces supongo que, o bien estás desesperada o es urgente- respondió la voz original de Hallvarð.

– Puede que las dos cosas…- confesé-  ¿Puedes venir a Barcelona?

– Pasado mañana a las 14:05 donde siempre. ¡No llegues tarde!- Colgó el teléfono y yo me quedé con unasensación de bienestar en el cuerpo.

La gran facultad de Hallvarð era aquella; hacerme olvidar los problemas, sacarme una sonrisa de la boca y por supuesto darme charlas sobre piedras, minerales y fósiles que casi nunca entendía. Ella era Geóloga y por lo que yo llegaba a comprender -des de mi ignorancia-  la geología no era una ciencia en absoluto, era una religión sectica, que sus practicantes adoraban con más fervor que el más fanático creyente de cualquier religión. Su manera de exponer cualquier tema geológico era una verdadera delicia, porque te sumergía en un sinfín de preguntas, de explicaciones de cómo funcionaba el mundo, e incluso te hacía creer que lo único que en realidad importaba era saber comprender la tierra en la que vivimos. Para mí era espectacular, y visto des de mi visión de artista, era una manera preciosa de comprender el espacio.

Para mayor satisfacción de mi amiga, al parecer sus padres-  de ascendencia nórdica-   habían tenido la pericia de llamar a su hija “guardián de las piedras” o algo parecido, proveniente del vocablo islandés que le daba su particular nombre.  Y sin ninguna duda era la persona que necesitaba, geóloga hasta la médula y apasionada del esoterismo mágico, algo que estaba muy relacionado con una palabra que me rondaba en la cabeza después de haber leído el diario; Alquimia.

– Llegas tarde… ¿Por qué no me sorprende? – Y allí estaba, esperándome con su chaqueta hasta las rodillas y su pelirrojo natural a lo graçon. Estaba jugando con su moneda china de la suerte.

-No tengo excusa-  sonreí y caminamos durante un rato.

Ella me explicó que había estado ocupada con su trabajo de investigación y había tenido que salir del país en varias ocasiones. Por supuesto estaba al corriente de la muerte de mi abuela, pues trabajaba en el CECM (Centro de Estudios Científicos Montfort), fundado por mi abuela incluso antes de que yo naciera. Allí la noticia de la muerte de la gran maestra se había recibido con mucho dolor, y ahora seguramente esperaban que su heredera- o sea yo- siguiera siendo tan generosa como para no cerrar el centro y dejarles en la calle. Sin embargo Hallvarð no había mencionado nada sobre mi abuela, porque sabía que a mí no me gustaría que me preguntara por mi estado de ánimo. Caminamos hasta una cafetería en medio del barrio Gótico.

-¿Y bien?, me tienes intrigada, he cancelado toda mi agenda por ti- dijo con teatralidad.

-Tú no tienes agenda- sonreí.

Después de una pausa mastiqué las palabras que le iba a decir y poco a poco le expliqué lo que sabía hasta aquel momento y resumí cuanto pude lo que había leído en el diario. Ella escuchó son paciencia.

-¿Qué clase de extinción será esa? – preguntó al aire con gesto pensativo.

– ¿Qué? – me quedé perpleja, pero no esperé su explicación- Pensé en ti como persona más adecuada para desvelar este misterio.

¿Sólo porque habla de minerales?

-¿Sólo?… ¿acaso no puedes ayudarme? – Pregunté asustada.

Ella levantó una ceja.

-Por supuesto que puedo. Vamos, este no es un lugar seguro.- Su sonrisa me quiso decir que no era la primera vez que escuchaba acerca del diario. Me quedé un poco asombrada con su cambio de actitud y la seguí.

Caminamos por las calles empedradas del barrio y creo recordar que cruzamos Vía Laietana en dirección al Born, hicimos varios cambios de direcciones que yo no entendía, dimos tantas vueltas y me encontré totalmente perdida, lo admito.

– Bien ahora ya podemos hablar.

– ¿Qué clase de lugar es este? – le dije después de que la hubiera seguido por el interior de un local hasta la parte de atrás y luego por una serie de puertas hasta un edificio abandonado lleno rocas, frascos, máquinas, minerales y martillos.

-La guarida de la bestia- indicó con un gesto amplio abriendo los brazos.

-¿Porque nunca me habías traído aquí?

-Hay lugares que uno debe mantener en secreto hasta el momento adecuado. Además, creo que hemos conseguido esquivar al tipo de sonrisa estúpida. – ella se acercó a una de las ventanas y observó con cuidado.  Abrí muchos los ojos porque enseguida comprendí de quien estaba hablando

– ¿Alex Veken? Es un periodista que quería hacerme unas preguntas sobre mi abuela.

-A veces me sorprende que seas tan ingenua.

Nos acomodamos en aquel singular laboratorio geológico. Ella pasó el pestillo de la puerta de metal oxidado y luego preparó café mientras yo miraba con curiosidad un mineral de color rojo que formaba hexágonos perfectos.

Cuando trajo las dos tazas y se colocó delante de mí sus ojos me dijeron que estaba a punto de escuchar una historia que me iba a parecer inverosímil.

-“Existe una piedra que no es tal piedra un objeto precioso que carece de valor, un ente multiforme que no tiene forma, una cosa desconocida que todos conocemos”-

-¿Eso es tuyo o de algún iluminado?- la interrumpí.

-Zósimo de Panópolis Siglo III D.c. ¿Puedo continuar?

-Adelante.

-Y no me interrumpas….

Sonreí y le hice un gesto cordial

-Esa fue la primera descripción de “La Piedra Filosofal” los alquimistas de entonces creían que dicha piedra tenía la faculta de transmutar el mercurio en oro, y a ellos o cualquier cosa mundana en inmortal, muchos la buscaron, pero nadie la conseguía. Pasaban horas en sus prácticas metalúrgicas, poniendo a prueba sus principios de la transmutación de metales.

Su teoría era que cualquier metal estaba compuesto en su materia prima de mercurio y azufre, y que, mezclando estos elementos en diferentes cantidades, podían obtener cualquier otro metal. El oro por ejemplo, el más grande de los metales que al tiempo perdura se obtenía por transmutación de; mayoritariamente, mercurio y una pisca de azufre. Parece una tontería, pero ya antes de Zósimo, fueron estos primeros químicos los que inventaron la manera de “aumentar el oro”.  Lo mezclaban con plata y cobre para aumentar su peso y rebajar su calidad, pasando de un oro de 24 quilates a uno de 19 o menos. 

 

Pero obviamente Zósimo nunca habría podido hacer su trabajo sin, probablemente el primer minerólogo de la historia, Teofrasto. Un sabio griego que vivió 600 años antes que Zósimo y que dejó constancia de su trabajo en Peri lithion, una descripción exquisita de especies de minerales que incluso ahora siguen llevando el mismo nombre. Describió su textura, su densidad, su dureza, su transparencia…en fin, características en las que nos basamos en la actualidad para diferenciar y caracterizar minerales. Aparte de semejante legado, Teofrasto ya describió en unas de sus notas ocultas algo que intrigó a Zósimo y que luego bautizó como la Piedra Filosofal. ¿Mito o realidad? Lo que sí es verídico es que la iglesia les condenó, ya sabes, azufre y demonio…no es una mezcla que la iglesia pudiera permitir. Pese a ello el 17 de enero de 1382, un tal Nicolás Flamel afirmó haber obtenido oro a partir de mercurio, según él gracias a  la Piedra Filosofal.  

 

-¿Nicolas Flamel? ¿El de Harry Potter?

-Me dijiste que no me ibas a interrumpir.

-Ya…pero.

-Si, el de Harry Potter.

-Prosiga por favor – dije conteniendo la risa.

-En 1818 cuando varias de las bases de la geología ya habían sido propuestas por personalidades como Nicolás Steno y James Hutton, un joven Charles Llyel se encontraba con su amigo Charles Bureau en una cafetería de Paris donde al parecer conocieron a un hombre que se hacía llamar: ¡Nicolas Flamel!

-¿Cuatrocientos años después de lo de la piedra? – calculé rápidamente.

-¡El mismo Nicolas Flamel!- afirmó emocionada-. Poco después Charles Llyel formularía Los Principios de la Geología mientras que su colega Bureau, habría tomado un camino un poco más “esotérico” y de la  escuela de Flamel. Antes de morir a sus 69 años, Charles Bureau publico su único trabajo científico: Teoría de la transmutación mineralógica a partir de un denominador común. Quedó desacreditado antes de poder llegar a divulgarse, el nombre del geólogo Charles Bureau caería en el olvido, pero sus hijos mantendrían su legado.

 

-A la ciencia un poco de arte nunca le ha sentado bien…- me aventuré a añadir, Hallvarð sonrió.

-En 1930 una de sus descendientes contrajo matrimonio con un tal Roger Montfort, poco después, más allá de la ficción en 1941 mediante el acelerador de partículas unos físicos consiguieron transmutar una pequeña cantidad de mercurio en oro ¿se demostraba lo imposible? Quizá…

-¿Montfort? —acabábamos de llegar al lugar donde ella había querido llevarme desde el principio de su historia.

-El final de esta historia acaba cuando la única hija de Roger Montfort, Amelia Montfort siguió con la herencia de la familia y fundó el CECM.

Mi cuerpo temblaba de emoción y parecía tener la extraña sensación de no haber entendido absolutamente nada. Mi cabeza necesitaba almacenar mucha información, así que simplemente dije:

-Es la historia más estúpida que he escuchado nunca.

-Todas las historias tienen una pizca de estupidez.

Salimos del Born y recorrimos la ciudad, luego cogimos el metro para dirigirnos al CECM, me dijo que para saber que era aquella extraña piedra que había escondida en el diario, debíamos hacer algunas pruebas y en el edificio disponían de máquinas que podían sernos de gran ayuda.

Uno de los operarios nos dijo que al siguiente día habría un hueco en el microscopio electrónico, la máquina que Hallvarð había solicitado para su estudio. Dejamos la muestra de roca a un chico del laboratorio que al parecer estaba enamoradísimo de ella, nos dijo que  se encargaría de preparar una cosa que se llamaba probeta, que era lo que debíamos introducir en el microscopio para su estudio. Yo accedí a todo- aunque no entendiera nada,  como siempre- había confiado en Hallvarð, y si ella decía que aquello era necesario, yo también estaba de acuerdo.

Aquella noche no dormimos, yo también me había dado cuenta, el tal Alex Veken nos seguía. Gracias a mis habilidades al volante conseguimos distraerle y llegar a casa de Hall con la certeza de que le habíamos despistado y de que tal vez dentro de poco llegarían algunas multas por exceso de velocidad. Por la mañana nos dirigimos al edificio Montfort otra vez.

-¿Qué hace exactamente esta máquina? – le pregunté a Hallvarð para mostrar un poco de interés por los aspectos técnicos de aquella aventura.

– ¿A parte de costar bastante dinero? Es un Microscopio Electrónico de Barrido, lo que hace es disparar electrones a la muestra en vez de luz natural, después los electrones que rebotan son leídos por el programa y forman una imagen de gran resolución. – ella hablaba mientras tocaba botones con el puntero del ratón en un ordenador-. ¡Voilà! Ahí lo tienes – dijo mientras aparecía una imagen en la pantalla-

-Y con tanto dinero ¿no podrían ponerla a color? – dije al ver la imagen en blanco y negro.

-Es una buena pregunta…Por el momento es lo más rápido para descubrir que tenemos aquí, este señor microscopio nos permite obtener los espectro de difracción de los elementos que forman la roca en cuestión, así que si aprieto aquí, sabremos en un instante de que está formada nuestra “Piedra Filosofal”-. Apretó un botón en el que se leía “adquire” y en una ventana empezaron a aparecer picos que recordaban a la lectura de un electrocardiograma o a las torres de la Sagrada Familia. La cara de Hallvarð era de total desconcierto.

– ¿Qué ocurre?

-No sé qué demonios es esto…- Empezó a buscar en bases de datos, pero no daba con lo que ella quería, incluso dijo algunos tacos y empezó a frustrarse. Hablaba  de cosas que para mi carecían de sentido.

-¿Y si es algo que no existe? – me aventuré a decir.

-Si es así nos vamos a volver famosas cuando elaboremos su estructura molecular y descubramos su fórmula…le llamaríamos… ¡Hallmontfortita!

Sus ojos brillaron cuando dijo aquello, pero ambas nos volteamos a ver la ventana del ordenador cuando uno de los picos de la analítica –  que estaba levemente levantado en el inicio de la secuencia- de repente empezó a subir vertiginosamente mientras que el resto bajaba.

-Qué demonios…- dijo ella. Detuvo la adquisición de datos y entonces volvió a darle al botón, pero no había ningún error, el pico seguía creciendo- eso es carbono, el pico del carbono sube y los demás bajan…Es como si la muestra… ¡Pero no puede ser!

-¿Me lo puedes explicar? – le rogué.

– La muestra necesita un recubrimiento de carbono para generar la conducción necesaria para los electrones. Pero al parecer, y no sé cómo, la roca ha asimilado ese carbono y acabamos de asistir a su transmutación total en… carbono.

-Sigo sin entender una mierda…

-Señorita Montfort, ¡nos acabamos de convertir en alquimistas! – sentenció con una gran sonrisa, pero de repente una explosión nos hizo salir de nuestro descubrimiento.

Al mismo tiempo que salimos corriendo de allí, vimos como unos tipos vestidos de negro, encabezados por Alex Veken, salían corriendo hacia nosotras. Hallvarð me guió por los pasillos del edificio, pero ellos nos pisaban los talones y cuando estábamos casi en la salida un tipo muy grande alcanzó a cogerme del brazo y tiró de mí. Lo siguiente que ocurrió ni siquiera lo presentí, porque en unos segundos Hallvarð tenía su martillo en la mano y le había destrozado el hombro al tipo hasta tal punto de hacerle llorar. Salimos corriendo mientras yo sufría por la visión del hombro de aquel señor.

Una vez en el coche arrancamos a toda velocidad sin rumbo fijo.

-¡Mierda! – dije de repente frenando en seco en el carril de buses- ¡El diario! Me lo he dejado en el microscopio.

-De todas las personas de la tierra yo tenía que dar con la más idiota… -dijo sin remordimientos- ¿Y ahora qué? – negué con la cabeza y mantuvimos casi una hora de silencio hasta que se me ocurrió decir:

– Lo último que ponía era “Deposito los núcleos en la puerta de Lers, del inframundo plutónico, donde existe la singularidad fuera de lo común y dónde la piedra verde nace en abundancia”…no lo entiendo- pero ella si lo había entendido. Así que puso en el GPS:

Étang de Lers”

y nos dirigimos hacia el Pirineo francés.

…CONTINUARÁ


4 comentarios

Jason Zambrano · noviembre 20, 2018 a las 1:09 am

Una buena historia me engancho desde el principio espero la continuación con ansias

    Schamuells · noviembre 20, 2018 a las 5:39 pm

    Muchas Gracias por tu comentario Jason! Si quieres estar al tanto, puedes suscribirte al blog en la esquina superior derecha.
    Un abrazo y gracias por leerme !!!

albert ventayol · noviembre 23, 2018 a las 8:30 pm

Molt interessant Stefania.
A veure quan surt el capitol 2
Felicitats

    Schamuells · noviembre 23, 2018 a las 9:21 pm

    Moltes gràcies Albert!
    Dons d’aquí poquet penjo el nou cap.
    Merci per seguir el blog!!!

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